Decía Borges en “El Inmortal” que “fácilmente aceptamos la realidad, porque intuimos que nada es real”. Y sus palabras, algo más de medio siglos después, en los tiempos de internet y del big data, han pasado a tener una pátina casi profética.

 

A priori, puede parecer paradójico que en un momento en el que todo el mundo tiene el acceso a la información en la palma de la mano de modo inmediato y gratuito, es cuando fenómenos como las fake news y las teorías de la conspiración encuentran tanta facilidad para colarse en el imaginario colectivo como algo que no sólo se convierte en un relato alternativo de la realidad, sino en algo que para los millones de seguidores de éstas, ha pasado a suplantar la realidad misma.

 

El primer problema al que nos enfrentamos es a la ineficacia del discurso racional y de los hechos crudos frente al mito aceptado irracionalmente. Y es que es posible que partamos de una desventaja biológica ya desde el inicio frente a la información adulterada interesadamente.

 

En el famoso experimento del prestigioso neurólogo Benjamin Libet, se colocaba a los participantes frente a un reloj programado para dar una vuelta completa en 2 segundos y medio. Después, se les pedía que pensasen aleatoriamente en un punto del reloj, y cuando la manecilla pasase por allí, tenían que realizar un movimiento con la mano y recordar la posición de la manecilla en el reloj estaba la manecilla en el momento de ser conscientes de querer llevar a cabo el movimiento.

 

Los resultados fueron sorprendentes. Las lecturas cerebrales indicaron que el movimiento se inició mucho antes de que los sujetos fuesen conscientes del inicio del movimiento. Dicho de otro modo, ante una información externa, nuestro cerebro se posiciona con mucha más antelación de la que podemos ser conscientes. En resumen, al momento de tomar conciencia de un estímulo novedoso, en realidad, ya hemos tomado partido inconscientemente. En tal sentido, si se presenta nueva información, nuestra reacción natural es reforzar el mito en lugar de contrastarlo. Así, la reacción natural de un terraplanista será, casi con toda seguridad, utilizar casi cualquier resorte al alcance, real o no, para rechazar el mito que tan cómodamente ha encontrado sitio en su imaginario personal.

 

Pero vayamos más allá. ¿Qué papel tiene el mito en la era de la información y de Internet? La verdad es que lo novedoso ahora es que la táctica ha cambiado. Ya no sólo adulteramos la información para dar forma a una ilusión, a un mito, a una pseudo-verdad que haga que el público compre la idea que tratamos de vender, hemos ido a un paso más allá y se ha conseguido dar el golpe definitivo que sustituye la realidad misma con la ficción, con la irrealidad, o como decía Umberto Eco, la falsedad auténtica. Las posverdades han conseguido implantarse gracias a la facilidad con la que la usurpan el rol estratégico que antes tenía la realidad como rectora de la verdad.

 

De todo ello podemos inferir que cada vez es más complicado diferenciar una idea respaldada por datos empíricos de una pseudo-verdad fundada en noticias falsa, mitos no contrastado y sesgos cognitivos.

 

La función más importante del signo es, según el prestigioso filósofo francés Jean Baudrillard, es “hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición”. Echemos un vistazo a un ejemplo sencillo, las acciones en bolsa o las criptomonedas. En ese contexto, el valor que le asignamos al signo, es decir, aquello que nos representamos cuando pensamos en una acción de bolsa o en un poco de dinero, dista mucho de la función real del contenido en sí. Así es como el signo suplanta la propia realidad. A esto, Baudrillard lo llama el surgimiento de la hiperrealidad.

 

Podría decirse que nos encontramos en medio de aquello de lo que se ocupó el ya fallecido filósofo, en la era del posmodernismo. La sociedad posmoderna, de la mano de los avances de las tecnologías de la información, los medios de masas, juega un papel crucial no sólo en el control de la propia vida de los ciudadanos, sino también en el modo en que la experimentamos. En estas circunstancias vemos que la hiperrealidad, definida por Baudrillard como “la simulación de algo que nunca existió” encuentra en nuestro tiempo el terreno abonado para sustituir la realidad misma por el simulacro, por la posverdad. Así es como se convierte la irrealidad en real.

 

De este modo, habiéndose implantado de lleno el simulacro, distinguir verdad de mentira o lo real de lo falso se convierte ya no en algo titánico, sino en algo imposible. La realidad y la verdad han sido destronadas por la posverdad y de este modo sólo queda sitio para los simulacros, la copia, el mito, el signo, la sombra, la hiperrealidad. En Matrix, aquello que cree vivir Thomas Anderson es esta hiperrealidad. El mundo real no es sino una simulación de un software puesto en marcha por las máquinas en su objetivo de esclavizar a la humanidad.

 

Al fin y al cabo, ¿no es esto lo que buscan las fake news y la posverdad? Una ilusión de libertad enmascarada como si fuese real frente a la esclavitud del ciudadano ante el sistema. Esta manera de aceptar el simulacro como la verdad y de confundir lo real y lo irreal es lo que caracteriza al ser humano posmoderno. Es nuestra obligación luchar por una sociedad más libre, equitativa y democrática. Y eso, sólo se podrá conseguir combatiendo la posverdad.